jueves, 10 de enero de 2013

¿Por qué comenzar con la historia?


Querámoslo o no, vivimos en un continuo temporal que nos troquela mucho más de lo que a menudo nos gustaría. No podemos desprendernos de nuestra historia y la represión del pasado único que hace es gravar sobre nuestra vida. El futuro es tanto más un resultado del pasado cuanto menos podemos vivir el instante actual. El intento, sobre todo de las tradiciones orientales, de pasar a formar parte del aquí y ahora, no es otra cosa que el intento de lograr la libertad frente a los lazos que unen el pasado y el futuro. Solamente puede dar buen resultado cuando se han comprendido las ataduras del pasado y se han resuelto sus obligaciones. Simplemente por este motivo sería necesario tratar de manera intensiva con el pasado que corresponda y llegar a una reconciliación con la propia historia. Lo que es cierto para los individuos, rige en una medida totalmente análoga para las tradiciones y también para la ginecología.
En el examen histórico hay dos tendencias que actúan en sentidos totalmente contrarios: el análisis objetivo de la historia, que a menudo saca a la luz los hechos horribles, y el recuerdo y la percepción subjetivos de la historia, que tiende a idealizar primero los buenos viejos tiempos y después invocarlos. En nuestra situación nos encontramos fuertemente confrontados a ambas corrientes, puesto que la historia de la ginecología nos conduce con extraordinaria rapidez a tiempos muy oscuros en tanto que, sobre todo por parte del movimiento feminista, se aduce que antes, en los tiempos matriarcales, todo debió ser mucho mejor. Reconocer de principio ya estas percepciones contrarias ayuda a evitar las apreciaciones erróneas.
Por parte, una contemplación de lapsos de tiempo más prolongados puede servir de ayuda para reconocer los ritmos que subyacen en cualquier desarrollo. Su importancia sigue valorándose demasiado poco frente a los llamados datos objetivos. La verdad es mucho menos objetiva de lo que puede parecer en su tiempo. Así por ejemplo, hace apenas dos siglos los médicos consideraban demostrado que la leche de un ama de cría era mejor para el recién nacido que la leche materna. El siglo pasado un colega consideraba probado que la leche de cabra era más digestiva que las dos anteriores. Durante el siglo XX, y por espacio de dos décadas, se ha considerado verificado científicamente que la leche artificial era la mejor para los lactantes y hoy mantenemos de nuevo la opinión, reforzada por la ciencia, de que la leche de la propia madre es la mejor solución. Podemos llegar a la conclusión de que cada época tiene su verdad. En consecuencia, deberíamos movernos con suma precaución entre estas verdades dependientes del momento. A menudo, “científico” no significa simplemente más que, uno o más científicos, han mantenido algo durante un cierto tiempo. Y constantemente la historia trae ante nuestros ojos la vieja sabiduría de que el saber de hoy es el error de mañana. Ya que la transcripción, es decir, citar repetidas veces determinadas fuentes, fue elevada a la categoría de principio dentro de la ciencia, los errores, incluso muy graves, en especial cuando proceden de los corifeos científicos, pueden mantenerse y propagarse sin ningún impedimento a lo largo de los tiempos.
Un problema adicional consiste también en que, aunque cada época puede reconocer los problemas del pasado, apenas pone en tela de juicio sus propios conceptos. También hoy existe la tendencia –sobre todo fomentada, naturalmente por la propia ciencia- a considerar los conocimientos actuales como una verdad objetiva. Es evidente que a este respecto los científicos dependen por completo de quienes les financian. Incluso en las universidades se trabaja cada vez más para la industria. De este modo, hoy prácticamente sólo se investiga en lo que de manera directa o indirecta produce dinero. Esto resulta duro para aquellas personas que padecen enfermedades raras, con cuyo tratamiento no puede ganarse dinero.
Por desgracia, algo similar es lo que se cumple ara toda la medicina naturista y empírica. ¿Por qué habrían de estudiar sin prejuicio los científicos, por ejemplo el efecto del tratamiento con la orina propia? ¿Quién, salvo los pacientes, puede tener interés en ello? Puede preverse que este tratamiento podría documentarse científicamente con facilidad, pues al fin y al cabo la propia dermatología emplea en muchos preparados urea, que es el componente principal de la orina. Que la urea procedente de una orina ajena pueda actuar mejor que la propia es algo que, desde luego, resulta difícil de admitir. Este sistema de discriminación dejando de investigar ha funcionado muy bien a lo largo de décadas y ha mantenido alejada del sistema científico a la competencia no deseada. Sólo hoy son cada vez más las personas que ven el círculo vicioso a que se llega con eso. Mientras tanto –a modo de un contramovimiento- tenemos un grupo en rápido crecimiento de personas que desconfían de la medicina científica. Naturalmente, esto también tiene un lado oscuro que resulta peligroso, puesto que no todo lo que desarrolla la investigación farmacéutica de orientación comercial es malo.
Muchas cosas no son científicas porque la ciencia no las estudia. Prescinde de ellas porque no puede obtener patentes, y con ello ganar dinero. Ignoradas así de este modo, muchas cosas seguirán sin ser científicas. Con argumentos ficticios de este tipo la ciencia tiene en todo momento el poder de fijar el rumbo, algo que aprovecha con holgura en cuanto a los métodos independientes de su ortodoxia[1]. Por el contrario, resulta mucho más segura la sabiduría de las tradiciones que se han mantenido durante siglos, e incluso milenios, y que se han comprobado y confirmado por medio de la experiencia. Los conocimientos de la medicina científica tienen, además, una vida media terriblemente corta. Si tuviéramos que prescribir hoy algunos de los fármacos que tuvimos que estudiar para el examen de titulación, en muchos casos se nos podría denunciar. En cualquier caso, sería muy útil para nuestros propósitos confesar que nuestros conocimientos van siempre ligados a la época.
Sin embargo, junto al espíritu de los tiempos y su enorme poder hay también algo así como la calidad del tiempo. Incluso los científicos, a los que este pensamiento en sí les resulta ajeno, se les impone el poder de las corrientes del tiempo, como por ejemplo cuando deben reconocer que una cosa como la silla paridera se inventó en muchos lugares distintos del mundo, al parecer, de manera simultánea. Reconocer esas corrientes puede ayudar a deshacerse de muchas valoraciones, los juicios o incluso los prejuicios. Cada época tiene sus cualidades, ninguna es mejor que otra y cada una tiene su tiempo. Por desgracia, en la práctica tendemos a dar mucha más importancia a la opinión propia del momento actual que a todo lo demás. Esto no contribuye al verdadero progreso, sino que provoca parcialidad y males.
Si a todos los antepasados hay que entenderles sólo a la luz del espíritu de la época y de la calidad temporal de antaño, es lógico suponer que nuestros descendientes nos evaluarán igualmente según estos criterios. ¿Por qué, entonces, no englobar ya ambos factores? Hasta aquí, en los comienzos todavía, hemos recurrido ya carias veces a la historia para poder entender mejor el presente, y lo haremos más tarde a medida que se aborden nuevos temas. Naturalmente que este punto de partida crítico rige igualmente para nuestras apreciaciones sobre la medicina interpretativa, que se ha extendido a la sombra de la medicina académica y cuya autoridad controladora consiste, hasta la fecha, en los numerosos pacientes y sus practicantes.



[1] Por otro lado, hay que admitir también que vivimos hoy en una sociedad de hacedores y que se necesitan demostraciones (científicas) para lograr imponer algo nuevo. Si quienes ejercen con métodos propios aportaran más estudios sobre sus conjeturas, esos métodos podrían llegar a establecerse con rapidez. Cuando no sucede así, la ciencia puede hablar con todo derecho que sólo ella puede proporcionar resultados de investigación, incluso sobre estos métodos. Naturalmente, éstos quedan relegados. Pero dado que los llamados independientes son profesionales que se ocupan muchísimo más de sus pacientes que de sus estudios, ha acabado por generarse una especie de callejón sin salida.



Dahlke, R. /Dahlke, M. / Zahn, V. El camino femenino a  la curación. El mensaje curativo del alma femenina. Cómo interpretar las causas espirituales de las enfermedades de la mujer. Trastornos y síntomas más frecuentes. Robin Book.

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