sábado, 27 de octubre de 2012

La mujer desde el Tantra



La mujer, su culto y su misterio

(…) nuestra civilización no se salvará sino otorgando un lugar eminente a los valores de la femineidad. Sin embargo, es deseable que la mujer como tal intervenga más directamente en la gestión concreta de la sociedad.
Pero para poder reestructurar la vida y la sociedad en torno a valores femeninos, el hombre, el macho, deberá descubrir –o redescubrir- las dimensiones femeninas, ocultas, de su ser. Tarea difícil en nuestra sociedad, en la que la educación cultiva sistemáticamente los valores masculinos no sólo en el hombre sino también en la mujer. Tomar conciencia de los valores femeninos, aceptarlos, desarrollarlos, y luego centrar su vida en torno a ellos, eso es el culto de la femineidad.
De ahí la pregunta: ¿cuál es, biológicamente, el sexo dominante, dando por supuesto que “dominante” no es sinónimo de “superior”? Otra pregunta, ésta descabellada: ¿qué es exactamente el sexo?
Ingenuamente se lo identifica con los órganos genitales, se lo limita a ellos; la palabra “cache-sexe” (taparrabo) es sintomática. Pero lejos de limitarse al contenido del calzoncillo, el sexo marca cada célula y cada {órgano e incluso nuestra sangre: en los juegos olímpicos el test hematológico prueba sin discusión el sexo de los atletas. Desde antes del nacimiento, el cerebro está programado para que nos comportemos de acuerdo con nuestro sexo y, salvo error de orientación, se tiene un cerebro masculino o femenino y una mente correspondiente. De modo que “mi” sexo incluye todos los aspectos distintivos masculinos (o femeninos) tanto físicos como psíquicos.
El lenguaje familiar distingue entre el sexo bello y el sexo fuerte, “por tanto” dominante. En el sistema patriarcal, gracias a sus bíceps, el varón se impone hasta el punto que designa a toda la especie: “el hombre”, “homo sapiens”, los “Derechos del hombre”, etc. ¡Pero biológicamente, científicamente, el sexo dominante no es el varón sino la mujer!
Investigaciones recientes llevadas a cabo en los Estados Unidos desde 1950, especialmente en la Kansas University por Charles Phoenix, Robert Goy y William Young, demuestran que la estructura fundamental orgánica y cerebral de los mamíferos era en primer lugar femenina, y solamente después masculina. Tom Alexander concluye a partir de ahí que habría que invertir el mito adámico: científicamente Adán es una Eva modificada. Desde los primeros estadios de desarrollo del feto, el cerebro dispone del “plano” y de los circuitos neurológicos latentes que harán que el comportamiento sea masculino o femenino. Sin embargo, abandonado a sí mismo, es decir, sin ningún impulso hormonal especial, ¡el feto evolucionará siempre hacia la forma femenina! En el inicio del desarrollo embrionario, las gónadas masculinas y femeninas son muy semejantes. Es la inyección de una cantidad mínima de hormona andrógena  –todavía se ignora qué la produce- lo que desencadena una reacción en cadena que lleva a la formación de un varón. Esto incluye la activación, en el cerebro del embrión, de los circuitos neurológicos que rigen el comportamiento masculino. Sólo más tarde, cuando estén bien diferenciadas, las gónadas producirán las hormonas específicamente masculinas.
Sin embargo –punto capital para el tantra- los circuitos femeninos no están totalmente desconectados. Durante toda la vida del varón normal, influirán sobre su comportamiento, lo que “pega” bien con la tesis del tantra según la cual la mujer es el ser humano primordial, y el hombre debe ser consciente de sus propios aspectos femeninos.
El tamaño y la fuerza bruta no demuestran una superioridad sino que permiten, en las civilizaciones patriarcales, imponer, con frecuencia duramente, la ley del varón. En la naturaleza, la hembra es sobre todo madre, y el hombre debe defenderla físicamente, así como a los pequeños, contra los animales salvajes y los eventuales enemigos humanos. Si la mujer fuera muscularmente más fuerte, tendría, además de cuidar a su progenie, que cuidar… ¡a los varones!
Incluso la potencia genética del hombre indica que puede ser sacrificado. Teóricamente, a menos que alumbre repetidamente gemelos, una mujer puede engendrar como máximo unos veinte hijos, lo cual no está tan mal, mientras que el hombre podría teóricamente fecundar doscientas o trescientas mujeres al año. Si se exterminaran todos los varones, salvo algunos supervivientes, en pocos años la tribu podría reconstituirse…
Desarrollar los aspectos femeninos en el hombre no implica desvirilizarlo, sino que, muy al contrario, desemboca en una visión nueva –a menos que sea el retorno a una visión arcaica fundamental- tanto en la mujer como en el hombre.
En la sociedad patriarcal la mujer debe estar sometida al hombre y su sexualidad reprimida, pues si ella pudiera afirmarse, cuestionaría el orden masculino. El tantrismo de la Vía de la Izquierda, otorgando la prioridad a los aspectos femeninos del ser humano, se opone al orden patriarcal ario en la India, y eso explica por qué siempre fue perseguido.
El sistema patriarcal fue traído por los nómadas que, en su trashumancia, se convierten en invasores, enemigos para los ocupantes de los territorios atravesados. El guerrero y los valores masculinos que representa son entonces un elemento esencial para la supervivencia de la tribu, pero esos valores masculinos son también del intelecto. En nuestro mundo moderno se expresan mediante la exploración y la conquista del mundo, mediante la ciencia, la tecnología, la organización, la industria, etc., en resumen actividades del tipo diurno, solar. Eichmann opone los valores femeninos a los masculinos diciendo que “la mujer está guiada por la emoción, no por el intelecto”, pero como no es filósofo, hay que interpretar su noción de emoción, así como también la de intelecto.
El intelecto es el entendimiento, el razonamiento discursivo, la lógica fría. No se debe confundir con la inteligencia, más intuitiva que discursiva, que comporta elementos irracionales, afectivos, del tipo femenino. Todo intelectual no es de facto inteligente, y viceversa. “Emoción” debe entenderse entonces en el sentido amplio de afectividad más que de emoción no razonada, incontrolada.


Van Lysebeth, André. Tantra el culto de lo femenino. Urano.




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